Ella.

Se sienta en una silla sabiendo que su objetivo es seguir en pie. Busca con la mirada una señal que la eleve, que la saque de la profunda tristeza en la que se siente sumida. Piensa que no se merece suerte en la vida, ni que le regalen sonrisas. No se siente merecedora de cariño alguno, ya que ella no puede devolverlo con la intensidad que siempre lo ha hecho.
Pero, a la vez, se siente convertida en nada cuando ve, aunque sea por un momento, que ha sido sustituida, desplazada. La más mínima tontería, en este momento en ella torna a grandiosa catástrofe. Porque le falta un pilar.
Una mesa tiene cuatro patas. Si le falta una, aunque las tres restantes sean más robustas y resistentes, igualmente queda coja. Igualmente se cae.
Es más fuerte de lo que todos creen. Sonríe y se ríe a carcajadas cuando la ocasión lo apremia, cuando así lo ve necesario. En cuanto percibe ese nudo en la garganta que nos avisa de la llegada del llanto ella se acerca junto a alguien frente al cual tenga que fingir que todo está bien. Se muestra relajada, habla con normalidad y sonriente, y el nudo se desata. Pero vaga por las calles con los ojos encharcados.
Todo se desmorona. No ahora, ni mañana. Pero sabe que si sigue así no solo será ese cuarto pilar. Sabe que se caerán los otros tres, cada uno haciendo mucho más estruendo que el anterior caído, y dejando aún más escombros a su alrededor. Y lo sabe, lo percibe. Y no suele equivocarse.

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