Llueve en casa
Me he pasado toda la mañana recogiendo agua del salón. No es que se haya roto ninguna tubería, ni tampoco que la lavadora se haya resentido por los trapos sucios de todo este tiempo juntos. Es que desde que te has ido, no deja de llover en casa. ¿Sabes lo jodido que es aliñar la ensalada con un paraguas en la mano, o aguantar cada mañana el rapapolvo de mi vecina Antonia que se queja de las goteras?, ¿Te haces una idea del estrés que supone tener que zambullirme bajo el agua para abrir el grifo y poder prepararme una valeriana, o despertar en mitad de la madrugada sobresaltada, cayendo en la cuenta de que he olvidado regar las plantas? No dejo de quitar nubes de lo alto de los armarios, nubes grises, nubes negras, nubes de todos los colores y texturas, llenas de agua, llenas de tormenta. ¿Crees que no me di cuenta de cómo brillabas cuando salías por la puerta? Te ibas radiante, de sobra sabía que te habías llevado puesto el sol. Menos mal que aún conservo un trozo de luna llena