Llueve en casa

Me he pasado toda la mañana recogiendo agua del salón. No es que se haya roto ninguna tubería, ni tampoco que la lavadora se haya resentido por los trapos sucios de todo este tiempo juntos. 
Es que desde que te has ido, no deja de llover en casa. ¿Sabes lo jodido que es aliñar la ensalada con un paraguas en la mano, o aguantar cada mañana el rapapolvo de mi vecina Antonia que se queja de las goteras?, ¿Te haces una idea del estrés que supone tener que zambullirme bajo el agua para abrir el grifo y poder prepararme una valeriana, o despertar en mitad de la madrugada sobresaltada, cayendo en la cuenta de que he olvidado regar las plantas?


No dejo de quitar nubes de lo alto de los armarios, nubes grises, nubes negras, nubes de todos los colores y texturas, llenas de agua, llenas de tormenta.


¿Crees que no me di cuenta de cómo brillabas cuando salías por la puerta? Te ibas radiante, de sobra sabía que te habías llevado puesto el sol. Menos mal que aún conservo un trozo de luna llena que ilumina, al menos, los rincones más oscuros de mi habitación. De lo contrario jamás me atrevería a mirar en ellos, por si tropiezo con recuerdos, y en ellos salimos tú y yo. 
Y te sorprende que la luna esté de mi lado.. ¿Quién crees que le daba palique cada noche en el balcón? Al final, cuando empezó a refrescar y me vi obligada a cerrar las puertas, sin decirme nada, se coló en mi habitación.


Pero ahora tengo miedo, miedo de no volver a ver la luz del día. ¿Qué hago yo sin halo de luz que refleje lo que fuimos?, ¿Qué hago yo, si ahora casi siempre es de noche y llueve?


Me he pasado la mañana con antigripales y el chubasquero puesto. ¿Qué mas da que cierre ahora las ventanas, si el vendaval está en casa?, ¿Para qué las mantas y los nórdicos, si mi frío lo llevo dentro?


Te has ido y ya no brilla el sol. Las gotas apagan mis cigarros e inundan el café. El techo está gris, y ya no sé si llueve aquí o acaso lloro yo, lo único que sé es que me atrapan las raíces en el pasillo, que mi canoa se parte en los rápidos que descienden escaleras abajo, que el fango me atrapa en la cocina, que mi camino se hunde y mis huellas desaparecen. Que en el baño se ha roto el espejo, y que la rutina comenzó en el momento en que al mirarme, ya sólo me veía a mi. 


Está bien. Vete si es lo que deseas, lárgate donde quieras con nuestra historia. Pero eso sí, un último favor te pido. Al salir, si puedes, déjame encendidas las estrellas. 

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