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Mostrando entradas de diciembre, 2012

Just one more time.

Mírame una vez más, a los ojos, directamente. Diciendo todo sin hablar. Sin apenas pestañear. Segundo a segundo. En el fondo sabes lo que estás logrando, mirada a mirada. Muy en el fondo lo sabes, y por eso lo haces. Abrázame por detrás una vez más, por la cintura. Con fuerza, pero con la fuerza justa. Como tú abrazas. Sabes lo que produce, y por eso lo haces. Pues si lo sabes, no dejes de hacerlo, que quiero ver qué pasa.

A rush, a chill

Desconociendo lo que se te viene encima, caminas recto. Siempre hacia arriba. Una ráfaga de frío viento te golpea, y la fría lluvia te salpica la cara. Pero ya no es la misma ráfaga, ni tampoco la misma lluvia, ni tampoco te produce lo mismo. Aunque sí que son las mismas nubes. Te secas la cara, te acomodas el gorro y el abrigo y sigues. Sigues caminando, siempre hacia adelante, siempre hacia arriba. Contra el viento, contra ti misma. Ahora tú tienes el control. Vuelves a tener el control de tu persona.

Deja que fluya

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Como el viento, o la lluvia. ¿Y qué más da? ¿Para qué preocuparse? Las personas no deberíamos amargarnos por lo que nos ocurre a lo largo de nuestra vida, por muy malo que sea. No nos servirá de nada pensar y pensar en  los fallos cometidos. Por mucho que nos torturemos pensando en lo mal que actuamos, por mucho que pensemos en lo que habría pasado si hubiéramos actuado de otra manera, es imposible cambiar el pasado. Tampoco pienses demasiado en el futuro, porque todo está escrito. Cuando algo está destinado a pasar, pasará. Sea hoy o dentro de una década, pero acabará pasando. Quieras o no. Estés decidido a ello o no. Lo esperes o no. A su vez, por mucho que quieras que pase algo, si esto no tiene que pasar, no pasará. Por mucho que insistas, por mucho que lo desees o por mucho que lo fuerces. Y aunque el destino está escrito, siempre puedes darle un empujoncito. Puedes cambiar o decidir tu futuro porque, solo en parte, está en tus manos. Lo que no se podrá cambiar nunca es el

Si me quieres, quiéreme entera,

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no por zonas de luz o sombra... Si me quieres, quiéreme negra y blanca. Y gris, y verde, y rubia y morena... Quiéreme día, quiéreme noche... ¡Y madrugada en la ventana abierta! Si me quieres, no me recortes: Quiéreme toda... o no me quieras.

Invierno.

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Ha llegado la época de tener los pies helados y las manos aún más frías de lo normal. La época de darle mil vueltas alrededor del cuello a la bufanda gordita, a ponerte mil capas de camisetas por debajo del jersey, a ponerte chaquetas y abrigos calentitos. A andar por la calle sin querer ni poder sacar las manos de los bolsillos. La época en la que deseas, por mucho que odies el frío, que nieve. La nieve es como mágica. Aún mejor que la lluvia. Es la época de llegar con mejillas y nariz colorada a casa. De ver tu aliento. De que te castañeen los dientes. De que te tiemblen las piernas. Es la época de los abrazos regalados. Con el invierno viene la Navidad. Vacaciones, vuelta a casa. Abrazos, buenos deseos, nuevas metas que pretendes conseguir en el año que se aproxima. Con el invierno vuelve la ilusión. Y al final del mes navideño también viene el desenfreno. La última fiesta del año, el último baile del año. Las últimas risas y bromas del año. Los últimos abrazos del año.

Una entre un millón

Hace tiempo leí que con 50 años, una persona ha conocido a lo largo de su vida a alrededor de unas 200.000 personas. Haciendo una regla de tres, se obtiene que un joven de 18 o 19 años conoce en su hasta entonces corta vida a aproximadamente 6800 personas. Pongamos que la mitad de esas personas, es decir 3400, son hombres y la otra mitad mujeres. Suponiendo que, de esos 3400, sólo un tercio están dentro del margen de edad en el que se incluyen a todas la personas con las que podríamos tener una relación. Es decir, descartamos dos tercios, en los que se encontrarían familiares cercanos, lejanos, ancianos, niños pequeños... Redondeando, nos queda la cifra de 1000, mil personas. De todas ellas nos enamoraremos de una sola. Estamos hablando de una milésima parte, 0'001. Y a su vez, esa persona se enamorará de una sola entre 1000. De esta manera, la probabilidad de que la persona de la que uno se enamora sea precisamente la persona que se enamora de uno es, matemáticamente, una posib

Y de repente estalla,

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y ya es demasiado tarde para frenarlo. Todo tu cuerpo se invade de esa sensación.  Los pelos como escarpias, el latir rítmico de tu corazón se desboca. No sabes articular palabra, ni sabes a donde mirar. No quieres quedarte, pero tampoco irte. No quieres escucharlo pero su silencio o no recordar casi su voz, te ensordece. ¿Y su risa? Más que ensordecerte te enloquece no oírla. Te prende como el fuego, y te hiela con una mirada. Es noche y es día. Es lo mejor y es lo peor. Es lo que te dará vida y lo que te llevará a la muerte. Es todo y es nada. Y ahí, justo en ese momento, estarás perdida. Ya no será la Tierra quien te sostenga, porque será él. Por mucho que le des te parecerá poco, y querrás darle más, querrás dárselo todo de ti. Justo en ese momento te darás cuenta de que, por desgracia o por fortuna, te has enamorado.